miércoles, 17 de junio de 2009

Ojos mal cerrados

Negro. Es el color que ven los ojos cuando los párpados se cierran. Es el color del luto. El eterno retorno de aquellos choferes de ómnibus interprovinciales que deciden que la vida vale menos que el dinero.

Dormir es distraerse del mundo, decía Borges. Los choferes no pueden darse ese lujo, porque distraídos del mundo no les sirven a las empresas de transporte que los contratan. Por eso apenas “duermen” cuatro horas diarias. Si bien “dormir”, en su caso, viene a ser un eufemismo, pues cuando se instalan en la maletera de sus buses lo que hacen no es dormir, sino burlarse del sueño. Ir a descansar a sus casas, como es debido, sería, lógicamente, una completa pérdida de tiempo y rentabilidad.

Ni siquiera Harry Potter podría manejar con los párpados vacilantes y el sueño pidiendo permiso. Las empresas de transporte lo saben. Los choferes lo saben. Los pasajeros también. Lamentablemente, ni el Ministerio de Transporte, ni el Ministerio del Interior, ni el Congreso de la República parecen haberse percatado del asunto. Los únicos que no aceleran son precisamente los que deberían hacerlo. Prueba de ello es que han transcurrido siete meses desde que fuera propuesto y el Congreso sigue sin dar luz verde al proyecto de crear la Superintendencia Nacional de Transporte Terrestre, que permitiría mayor control sobre el sistema vial.

Lo cierto es que, hasta el momento, no se ha puesto orden en una parcela donde la informalidad reina. Como si la responsabilidad conjunta de los organismos mencionados hiciera que la culpa no fuera de ninguno. Poco importa que el ómnibus que chocó con una cisterna y dejó veinte muertos cumpliera con todas las normas exigidas por el plan Tolerancia Cero. Habilitar a los “ángeles guardianes de las carreteras del Perú”─como la propia Policía de Carreteras se proclama─ para imponer papeletas tampoco frenará a los buses inescrupulosos que no quieren apagar sus motores, para no dejar de economizar sus recursos. Ni detendrá la epidemia de empresas informales que amenazan con llevarnos de viaje al más allá.

Las 400 personas que ya murieron en lo que va de año, víctimas de los accidentes viales, tampoco reaparecerán, porque, por desgracia, ni aquellos “ángeles guardianes” tienen potestad de resucitar a nadie.


Mariano Olivera La Rosa

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